Undécima Partida

La misión consistía en recuperar un objeto, El Libro de los Misterios, en la isla de File. Debía resultar sencillo: llegar al lugar, investigar el paradero de la reliquia, conseguirla y regresar al castillo de Wawesburg. Sin embargo ahí estaban, con un hombre menos ya que Redmon estaba muy mal herido en las afueras del subterráneo. No tenían ningún objeto, y se limitaban a observar por una rejilla cómo dos oficiales británicos -al menos uno de ellos-, realizaban un extraño ritual con una tabla de piedra.

Aprovechando el factor sorpresa, los soldados se movieron bajo las órdenes de su capitán, que mandó disparar contra aquellos dos ingleses. Y así lo hicieron, abatiendo al hombre del bastón, e hiriendo de gravedad al que sujetaba la losa. Esta salió volando de sus manos y al caer al suelo se partió en dos. Quizá era ese El Libro de los Misterios. Verlo roto en dos era un duro golpe. Se sucedieron gritos, disparos y maldiciones. Todo parecía bajo control. Pero fue solo un momento. Mientras el capitán se acercaba al hombre del bastón, este susurró una palabra, o un nombre.

Dietrich sintió nuevamente algo a su alrededor. Miró hacia la pila llena de sangre donde los británicos realizaban sus malas artes. Y de ahí surgió una enorme figura. Tenía el cuerpo cubierto de vendas y harapos. Y su cabeza no era tal, si no que se manifestaba como un cráneo de cristal azulado que brillaba ante el fuego de dos enormes pebeteros suspendidos del techo de la sala.

Aterrorizados, los hombres respondieron de diferente forma. Andreas quedó petrificado, al igual que el oficial Bramm. Derek y Dietrich sí reaccionaron. El primero abrió fuego contra la criatura impactándole directamente en el cráneo, lo que le hizo temblar. El segundo corrió hacia la tablilla para recogerla entre sus manos. Los disparos sacaron de su asombro al capitán, que reaccionó con fuego sobre el ser. Literalmente fue fuego, ya que sin dudarlo, el capitán tomó un cartucho de dinamita de entre su equipo, prendió la mecha y lo arrojó contra aquello. Acto seguido, mientras la criatura se movía, cogió un segundo cartucho y lo coló en el pebetero que pendía sobre el ser. Este explotó, provocando una reacción en cadena. También reventó el primer cartucho y otros pocos que llevaba encima Andreas Von Maurel. La explosión fue violentísima, y acabó con la vida de Derek y Andreas, además del oficial británico que estaba herido. La criatura sufrió terribles quemaduras y heridas, pero parecía poder moverse. Dietrich salió de la sala mientras el capitán volvía a arrojar otros dos cartuchos que no llegaron a explotar. El agua debió mojar y estropear la dinamita. Maldiciendo, el oficial Bramms tomó un rifle y realizó varios disparos que apenas hirieron al ser. Cuando lo tuvo bajo un segundo pebetero disparó contra la cadena, con tan mala fortuna que al romperse los eslabones, el interior de la lámpara apenas rozó a la "momia".

Poco más pudo hacer salvo huir, correr para salir de la estancia. A su espalda se escuchaba el grito de la criatura que se recuperaba rápidamente de sus heridas y que a punto estuvo de alcanzar la verdadera muerte.

Tras bajar unas estrechas y peligrosas escaleras, el ser alcanzó al capitán, acabando con él y su existencia. Poco después encontró a Dietrich, el cual, en lugar de enfrentarse, decidió someterse a su voluntad. La "momia" tomó la tablilla de entre las manos de Dietrich antes de hacerse cargo de él.

Horas después, mientras Redmon protegía la salida del subterráneo, escuchó cómo el elevador se accionaba. Tomó un rifle y esperó hasta que por fin subió. Era Dietrich, o al menos su apariencia. Miraba los cartuchos de dinamita colocados en los lados del montacargas con cierta aprensión. Cuando Redmon fue a echar mano de la piedra que Dietrich sujetaba bajo su brazo, este acabó con él.